Spleen e Ideal

Étienne_Carjat,_Portrait_of_Charles_Baudelaire,_circa_1862

Charles Baudelaire

En un año signado por la incursión en la poesía, creo cada vez más que es el lenguaje con el que habla el alma. En notas anteriores marcaba lo oportuno de que ciertos poemas llegaran a mis manos en distintas etapas anímicas. Como aquella música que escuchamos y queda asociado sentimentalmente a un momento triste o alegre, la poesía tiene esa capacidad de calar aún más hondo, de cachetear las emociones desde la simple sucesión arbitraria de las palabras.

Me pasó nuevamente. Esta vez fue Charles Baudelaire y sus Flores Del Mal. Quizás uno de los poetas más influyentes del siglo XIX y uno de los representes clave de la poesía del romanticismo. Tildado de obsceno e inmoral. Censurado por la París de mediados del 1800, nunca le tembló el pulso para hablar de prostitutas, amantes, religión, muerte y depresión entre otros temas.

Partiendo de la pintoresca París, su entorno y sub mundo y sus vivencias, Baudelaire escribe desde las cosas simples y hace de ello, en el conjunto de sus poemas, una expresión crítica de la época. Su sensibilidad desenmascara el vaivén de un poeta para encontrar aquella belleza ideal en el mundo externo, por demás inexistente, y la melancolía eterna del alma humana. De estas premisas surge el primer conjunto importante de poemas de Las Flores Del Mal denominado Spleen e Ideal.

Spleen, aquel estado de melancolía y tristeza sin una causa aparente a simple vista, es la forma que toma la vida frente al desgano, el quiebre de las ilusiones y la repetición del tiempo. El ideal es la escapatoria fútil a este estado de spleen el cual, según el autor, es inevitable. El Ideal para Baudelaire es:

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!
Los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
Pintar quiero tu belleza,
Donde la infancia se alía con la madurez.

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,
Produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
Desplegado el velamen, y que va rolando
Siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

El Hermoso Navío, 1857 (Fragmento)

El Spleen arrasa con todo y de manera poética también muestra su belleza:

Cuando la lluvia, desplegando sus enormes regueros
De una inmensa prisión imita los barrotes,
Y una multitud muda de infames arañas
Acude para tender sus redes en el fondo de nuestros cerebros,

Las campanas, de pronto, saltan enfurecidas
Y lanzan hacia el cielo su horrible aullido,
Cual espíritus errabundos y sin patria
Poniéndose a gemir porfiadamente.

Spleen IV, 1857 (Fragmento)

¿El ideal inalcanzable es el causante del spleen? Si, mientras este sea inalcanzable. ¿El spleen existiría igual sin el ideal? Si, es la representación del mundo moderno, donde la desaparición del ideal desarma las certezas y siembra la duda infinita. ¿Por qué existe el Ideal? Porque buscamos escapar, y en ese escape somos libres de volar sobre un cielo de sueños. La trascendencia de Baudelaire consistió en evidenciar las bellezas poéticas que se ocultan en las dos caras de una misma moneda.

Propias del amor…

Carl

Carl Gustav Jung

“Propias del amor son la profundidad y la sinceridad del sentimiento, sin las que el amor no es amor sino mero capricho”. De esta manera el psicólogo Carl G. Jung intentó resumir su solución al problema del amor, el cual supone un desafío para la totalidad de la persona. Es claro y directo cuando asegura que solo existen soluciones satisfactorias cuando se juega el todo por el todo. Las nimiedades son parches que no sirven para nada.

No existen medios sencillos para hacer fácil una cosa difícil como es la vida, y el amor, como parte integral de esta, no es la excepción. Para Jung el amor exige una actitud incondicional; espera una total entrega. Así como solo el creyente que se entrega por completo a su dios llega a ser partícipe de la gracia divina, el amor solo devela sus más altos secretos y maravillas a quien es capaz de la entrega y la felicidad incondicional del sentimiento. Pero este esfuerzo es tan difícil que seguramente son muy pocos los mortales que puedan presumir de haberlo conseguido. Precisamente porque el amor más entregado y más fiel es también el más hermoso, no debería nunca buscarse lo que pudiera hacerlo fácil.

Es sorprendente que estas reflexiones se hayan pronunciado hace casi cien años cuando internet no existía ni en la teoría y nadie imaginaba que el estrés de la vida social haría del hombre un ser prácticamente aislado del presente. Hoy vivimos en la era de la inmediatez, el tiempo es la materia más preciada y no se puede desperdiciar en la introspección de los sentimientos. Cuanto más nos hundimos en la rutina más nos despegamos del tiempo presente y tratamos de encontrar la manera más rápida de escapar a la soledad. De ésta manera las redes sociales se convirtieron en la estrella de nuestra era.

Ésta estrella guía es la herramienta ideal que combina la inmediatez y la posibilidad de conocer a una persona a través de un simple resumen. La velocidad desenfrenada es la ley, lo primero en ser evaluado es el físico, luego los gustos, después las fotos (la imagen es de suma importancia) y por último examinamos minuciosamente la personalidad por medio de uno o varios chats. Sin darnos cuenta dejamos los sentimientos en segundo plano porque vivirlos demandaría mucho más tiempo y quizás lo que encuentre no me guste, en consecuencia, nos convertimos en objetos.

El buscar el camino más fácil nos transformó en substancias descartables y en muchos casos, lamentablemente, nos volvemos consciente de esto cuando ya es inevitable. Tarde o temprano los sentimientos afloran y si no poseen la profundidad necesaria para el amor traen consigo nuevamente la amargura, la tristeza y la desazón. La imposibilidad de conectarse en profundidad con lo que uno siente, con la vida y con el presente es lo que en nuestros días está matando al verdadero amor.

Pero, ¿Cómo distinguir un mero capricho de algo verdadero?, ¿Cómo llegar a esa profundidad y sinceridad del sentimiento? Jung asegura que hay que comprenderse en buena medida a uno mismo si uno pretende realmente entenderse con otro. Para ser consiente de mí mismo debo poder diferenciarme de los otros. Únicamente donde existe esta diferenciación puede tener lugar una relación. Pero no menos cierto es el hecho de que en el momento que uno admite amar a alguien, admite tener mucho que perder. Sin embargo, conocerse a ese nivel implica una autoestima elevada, por lo tanto, cuando uno es consciente de que el sentimiento es profundo y sincero no le temerá a no ser correspondido.