Es una sensación rara pero agradable, son solo unos segundos, son los primeros pasos de lo que luego se convertirá en pasado. Pero estos primeros segundos son como un nirvana, llenos de esperanza, de alegría, de dicha, hambrientos de felicidad. Son los que me hacen pensar que mañana será distinto de hoy y de ayer, que hay algo por lo que vale la pena salir a la calle y sentir las caricias del viento entibiado por el sol.
Me pregunto cuál es la distancia que separa un momento vivido del olvido. Si la experiencia fue buena, la distancia al olvido es proporcional a las ganas de revivir ese mismo momento. Cuantas más ganas tengo de retroceder el tiempo y revivir el pasado más largo se hace el camino al olvido. Si la experiencia fue mala, la distancia es proporcional al miedo de revivirla. Muchas personas viven hasta el último de sus días con un miedo que las paraliza y no les permite avanzar, dejar el pasado en su lugar y continuar.
Con el tiempo me he dado cuenta que cada uno tiene la respuesta en sí mismo. El pasado es pasado y solo vivimos en el presente. El tiempo no se puede detener, no sabemos que deparara el futuro, pero mientras tanto los segundos seguirán cayendo, el trabajo es hacer que cada uno valga la pena. Por eso, más que olvidar, lo interesante es transformar y reconocer que el pasado no se puede cambiar pero si puedo convertir mi presente.
Aprender del pasado pero no vivir de él o para él. El pasado solo debe dejar enseñanza, ser una referencia de que es lo que nos hace mal, que es lo que no queremos para el futuro y cuáles son las cosas que realmente importan. Difícil es transformar algo que uno no quiere dejar, recuerdos que no se repetirán, la nostalgia es el peor enemigo en esos momentos. No dejarse vencer por ella supone el primer paso de la transformación.
La nostalgia, ese sufrimiento de recordar algo que se ha tenido y que ahora no se tiene, es el velo que enceguece el presente. Es una muralla que no deja avanzar, que nos aísla de nuevas experiencias y personas por conocer. Comenzar a derribar esa pared, ladrillo por ladrillo, es comenzar a transformar el presente. Siempre sin dejar de lado que nos llevó a estar en ese lugar en un primer momento.
Al comienzo solo eran unos segundos que aparecían de improviso entre un mes lleno de ellos. A veces alcanzaban tres de ellos de los casi tres millones que transcurren en un mes. Gracias a esos tres hoy estoy aquí, escribiendo luego de tanto tiempo. Me preparo para cuando el reloj se los lleve, porque luego vendrán millones más que transformar. Agradezco estar consciente de los pocos que son buenos, saber valorarlos y no desperdiciarlos porque esos pocos segundos son el primer ladrillo que quito de mi muro.